martes, 12 de mayo de 2009

Después de la gripe

Por Javier Ibarrola

La epidemia de influenza porcina, o virus A H1N1, o gripe mexicana, como quiera usted llamarle, ha dejado hasta el momento un saldo favorable para la sociedad mexicana: nos enteramos que teníamos un secretario de Salud; un presidente que puede salvar a la humanidad y un pánico feroz a darnos cuenta de que podemos perder hasta el derecho estúpido y antihigiénico de escupir en la calle.
Chueco o derecho, el gobierno insiste en que la gente use cubre boca, se lave las manos con gel antibacteriano y de paso que no use corbata, pues es el mejor vehículo de almacenaje y transporte del virus.
Sin embargo, poca ya es la gente a la que se ve acatando tales disposiciones, vamos ni el joven Peña Nieto se quita la corbata, no sea que no salga bonito en las fotos. Y como ya nadie parece creer que la epidemia sigue, pues el secretario de Salud ya buscó las tablas para decir que el virus aquí está y aquí estará para siempre, que hay que acostumbrarnos a vivir con él.
Y colorín colorado…
¿Qué sigue?, bueno, pues Felipe Calderón dice que nada va a ser como antes. Y no se equivoca, ya nada va a ser como antes, va a ser peor. Sin fatalismos ni alegrías enfermizas de que a Calderón todo le sale mal. Va a ser peor porque ya lo está siendo. Lo vivimos nuevamente en las calles.
La tregua o paro casi total de actividades fue aprovechada seguramente por el enemigo, es decir los cárteles de la droga, la delincuencia organizada y los patrocinadores del escándalo que se solazan con libros, videos y grabaciones clandestinas y demás porquerías que los políticos principalmente suelen inventar sobre todo en tiempos electorales.
Regresando al tema, siempre me pregunté por qué el Ejército no había participado con mayor operatividad en este asunto de la epidemia. Los dos primeros días después de decretarse la emergencia sanitaria, se vio a los soldados repartiendo cubre bocas y más adelante cargando las cajas de medicamentos que llegaban del extranjero, y nada más.
Los marinos ofrecieron uno de sus mejores hospitales para atender a quien lo necesitara. Y es que ya se oteaba algo en el aire. El 21 de abril, durante la jura de bandera de los cadetes de la Escuela Naval Militar de Antón Lizardo, Veracruz, el almirante secretario Mariano Francisco Saynez Mendoza se adelantó a decirles: “Mantengamos la calma, la prudencia y la confianza en nuestro comandante supremo”.
Pero ¿qué pasó con el Plan DN-III? pregunté a varios militares de diferentes graduaciones y adscripciones. Cualquiera hubiera esperado ver a los soldados atendiendo una de las contingencias que afectan gravemente a un conglomerado social, y sin embargo, no lo hicieron.
“Tenemos demasiados frentes que atender como para andar limpiándole los mocos a la gente”, fue una de las respuestas.
Y vaya que los tienen. Durante los tiempos de la influenza hubo enfrentamientos sangrientos en Tabasco, Baja California, Chihuahua, Guerrero, Sinaloa y otros estados donde el narcotráfico se encargará de que nada sea como antes, sino peor.
No se puede hablar de negligencia ni desobediencia por parte de los militares, como tampoco se puede hablar de complicidades con quienes buscan colapsar el gobierno de Felipe Calderón.
Quizá si no se les vio en las calles de la capital, sobre todo, fue para no alimentar especies malsanas de quienes insisten en manosear al Ejército a su gusto, presentando al gobierno como una entidad estructuralmente débil y al Ejército como la única vía de acceso al orden.
Pero la mayoría de los soldados está formada en la disciplina, en las instituciones, la justicia y en la verdad.
Desde luego, esta disciplina en la que están formados los militares es una disciplina razonada, pues de otra manera sí serían un instrumento hasta negociable.
Por eso, dentro del Ejército también se buscan los cambios, tanto el que obedece al interés individual y el otro, la conciencia de un cambio general que beneficie a la institución y a sus integrantes como un todo, siendo éste el único que tenga una repercusión positiva en el país.
De no ser así, el camino estará abierto para aquellos grupos incrustados en el propio gobierno, interesados en que el 2010 marque la tercera revolución social en la historia de México.


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