martes, 16 de diciembre de 2008

Informes y Recomendaciones




Diciembre 17 de 2008.

Por Javier Ibarrola

· Informes y recomendaciones

El pasado fin de semana se reunió en Culiacán, Sinaloa- uno de los ángulos más importantes del llamado triángulo dorado del narcotráfico-, lo más granado de la comunidad derecho humanista, para escuchar al doctor José Luis Soberanes, “recomendar” un cambio de actitud en cuanto al combate a la delincuencia, pues los planes de seguridad pública del gobierno “están rebasados”.
La sede del evento y lo dicho por el presidente de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, me llevó a recordar una anécdota compartida por un ameritado general del Ejército, quien sostiene que no es cuestión de ingresar a la paranoia ni ver en todos los que nos rodean a un narcotraficante.
Y me comentó la anécdota, adjudicada a otro general, quien decía que había que lanzar hacia arriba a todos los sinaloenses y que quien quedara suspendido en el aire, ése no era narcotraficante.
Desde luego, me comentó el autor del relato, eso era falso, “ese era sólo un pretexto para no confesar su desaliento o incapacidad para continuar adelante con su misión”.
Este estado de ánimo sigue privando en algunos puntos del país donde el Ejército actúa sin descanso en la lucha contra el narcotráfico, si bien desechando la concepción de la paranoia, teniendo siempre en cuenta lo que me dijo también el general Antonio Riviello Bazán, secretario de la Defensa Nacional en el gobierno de Carlos Salinas, durante los primeros días del levantamiento armado del EZLN en Chiapas: “Lo único que no puedo pedirle a mis soldados, es que se dejen matar”, y menos ahora que los narcotraficantes, sobre todo, cuentan con equipo y armamento mucho mejores que los propios militares.
Ya es común que el Ejército quede siempre atrapado en la crítica mordaz, al señalársele como el principal elemento violador de los derechos humanos. Pero los soldados no tienen licencia para torturar o cometer atrocidades sobre la población.
Ayer, el secretario de la Defensa Nacional, general Guillermo Galván Galván lo subrayó así:
“Como defensor de los valores supremos de la patria, el militar –mujer u hombre- tiene claro que no deben tolerarse conductas inductoras de injusticia u opresión y que el desarrollo debe estar en torno a las personas, como entes individuales dentro de un colectivo disciplinado, firme, consciente y actualizado”.
Esto, como parte del mensaje que el alto mando militar envió a la sociedad al clausurar el “Programa de capacitación y sensibilización en cultural de paz y perspectiva de género 2008”.
Dicho programa, que incluye ya de forma integral a la mujer en las fuerzas armadas de la nación se realiza en un ambiente de disciplina y respeto.
La mujer militar, dijo el general Galván, es un segmento orgánico y funcional inseparable y las fuerzas armadas son una opción real en sus aspiraciones de superación y bienestar.
“Estamos abiertos a escuchar y entender los anhelos, necesidades y posicionamientos que generan la diversidad de género y la coexistencia con la población”. Estas acciones, dijo, “no son una moda pasajera ni responden a una estrategia propagandística. No lo son. El instituto armado desde hace muchos años, ha tomado muy en cuenta el importante sitial de la mujer en sus filas y el respeto a la sociedad mexicana de donde provenimos”.
En Culiacán, Sinaloa, no sólo el doctor Soberanes cuestionó la estrategia de la seguridad pública que desarrolla el gobierno, sino que como siempre le carga a las fuerzas armadas pecados no muy bien investigados.
La realidad nos dice que los planes de seguridad pública del gobierno están rebasados, tal como lo denuncia Soberanes, pero el ombudsman debería sumergirse en el informe que acaba de dar a conocer el Departamento de Justicia de Estados Unidos, en el que asegura que los narcotraficantes mexicanos significan la mayor amenaza para la seguridad de ese país. Y no sólo eso, los cárteles mexicanos tienen liga con la mafia italiana y dominan el mercado sudamericano.
De ahí que las fuerzas armadas, en su doble papel de investigación y operatividad, caminen siempre por una línea muy delgada que suele romperse al menor golpe de viento.
En lo interno, todos quisieran que el Ejército pidiera permiso a los narcotraficantes antes de detenerlos o matarlos, para no violar así sus derechos humanos; en lo externo, Estados Unidos insiste en que México haga el trabajo sucio y espera que el gobierno tenga un ropero lleno de capos para entregárselos cuando ellos quieran.
Misión harto difícil: o dejamos seguir al Ejército en su lucha, con todas las consecuencias del caso, o lo retiramos del campo, con el riesgo de dejárselo a la delincuencia.


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