miércoles, 22 de julio de 2009

Body count

Un buen amigo, al que considero un profundo analista —no militar— de la realidad nacional, me explicaba recientemente, a raíz de una serie de artículos aparecidos en la prensa nacional, lo que en el ejército estadunidense se conoce como el body count, que no es otra cosa que la contabilización de bajas en una guerra.

Se trata, me dijo, de una aberración paramétrica cuya mayor “celebridad” ocurrió durante la agresión gringa contra Vietnam, que sustentó parte del diseño norteamericano de dirección de la guerra, con resultados funestos para las políticas públicas de abordamiento del conflicto. En términos generales, la body count policy partía de suponer que era posible la victoria en un conflicto irregular, de lograrse una velocidad mayor en la tasa de eliminación física de enemigos por sobre la tasa de reclutamiento del enemigo. En otras palabras, si se eliminaba una mayor cantidad de enemigos que la cantidad de enemigos reclutados, entonces se vencía al enemigo por su desangramiento. La complejidad de una guerra irregular de naturaleza política y la incapacidad gringa de comprender ese fenómeno llevó a la derrota (relativa) de Estados Unidos, quienes abandonaron la península, luego de destruirla, por cierto.

Desde entonces, el body count está desechado como esquema estratégico de conducción exitosa de un conflicto irregular, por la irracionalidad de tratar de reducir todo a la cuantificación de bajas. Sin embargo, en México esa aberración conceptual persiste entre ideólogos y apologistas del gobierno calderonista, quienes aplican tal concepto a la actual guerra irregular de lucha contra el narcotráfico.

Si aceptamos que realmente el gobierno de Felipe Calderón está sosteniendo una guerra a la cual tendríamos que calificar de irregular, a pesar de las espectaculares detenciones que han realizado las fuerzas federales, la contabilización de bajas se ha convertido en el punto toral del conflicto y, por lo tanto, es poco lo que se ha avanzado.

Además, a lo que mi amigo llama “aberración paramétrica”, es decir el número de muertos por ambos bandos, pero significativamente del lado de los narcotraficantes, habrá que agregarlo a las columnas del debe y el haber, siempre manipulables.

Un tercer elemento sería, sin duda, la insistencia del Ejército en anunciar sus movimientos de tropas, como ocurrió desde los primeros días del gobierno y más recientemente con el envío de un nuevo contingente militar a Chihuahua.

La contabilización de bajas lleva de inmediato a pensar quién tiene mayor capacidad para reclutar gente: los narcos o el Ejército. Siendo importante la captura de los dirigentes de las grandes organizaciones criminales, a éstas poco les preocupa, pues una nueva generación de capos se está haciendo cargo de los puestos directivos. Son más audaces y a la vez más violentos. El famoso La Tuta, con su llamado a una estación televisora, demostró su osadía, su aparente disposición a negociar con el gobierno, pero al mismo tiempo su clara decisión a no detenerse ante nada en esta guerra, por más que diga lo contrario.

El conflicto se ha empantanado y mientras unos piden cambiar de estrategias, otros claman para que los soldados regresen a sus cuarteles, a pesar de todo.

Lo peor del caso es que la guerra seguirá y el body count también, mientras el narcotráfico se mantendrá como el negocio más redituable del mundo.

De imaginaria

Trascendió que un Consejo de Guerra declaró culpable al general retirado Samuel Lara Villa por abuso de autoridad y lo sentenció a un año seis meses de prisión. Lara Villa, además de militar en el PRD por mucho tiempo, dirige la asociación civil Joaquín Amaro.

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